martes, 16 de abril de 2013

POR SI QUEDA ALGUNA DUDA EN EL AIRE...

La Pantoja ha sido condenada. El día tan esperado por fans y detractores de la tonadillera ha llegado y pasado como un huracán, no sólo mediático sino también social. Llegaba ella muy firme en su paso, cabeza alta, leve sonrisa, sin “dientes, dientes que es lo que les jode” esta vez, y hacia su paseíllo hasta la puerta del juzgado de Málaga. Y una vez sentados todos los acusados han oído las sentencias con disparidad de reacciones, Maite Zaldívar se echaba la mano a la cabeza incrédula de su pena de 3 años y multa de más de dos millones de euros, Julián Muñoz sin inmutarse mirando al vacío, sabedor que difícilmente podría eludir la cárcel en este caso, y a la espera de otros dos juicios donde lo tiene igualmente complicado. E Isabel escuchó sus 24 meses de cárcel y más de un millón de euros de multa serena, mirada de lado y leve rictus que recordaba a un sonrisa en el rostro; qué pasaría por su cabeza en esos momentos, la palabra “culpable”, la cuantía de la multa, los meses de cárcel, el hecho de que se libra de prisión,… A pesar de que es la mejor parada de los cuatro condenados con mayor resonancia mediática (el cuarto es el hermano de Maite), su abogado ya ha declarado que piensan recurrir, y le diría yo a la Panto, así en confianza, “nena, déjate de cosas, que te has librado del trullo y si recurres sabes que te pueden incrementar la pena y ¿pa´qué?, mujé” Y si su entrada en los juzgados fue estoica, pasó firme y para adelante como los toreros valientes, su salida se prometía igual, pero no… resultó digna del mejor cine de mi admirado Berlanga. Según se aproximaba al coche, bajando unas escaleras que le parecerían interminables, el gentío, de fans que le gritaban “Guapa, guapa”, de detractores que le vociferaban “Choriza, ladrona”, de periodistas que le preguntaban su parecer sobre la pena recién impuesta, de policías nacionales que le servían de cordón humano, de guardia civiles que eran apoyos de los policías, cada vez se fue cercando más sobre ella, en medio de una nube de cámaras de tv y fotográficas que disparaban flases sin parar, que recordaba a la escena final de crepúsculo de los dioses. Y ante la imposibilidad de continuar hacia el coche la artista se detiene unos instantes, pide ayuda al vacio y… desaparece entre el tumulto, voces que gritan “se ha caído” , otras que auguraban “se ha desmayado”, y los policías intentan elevar el cuerpo inmóvil de la estrella para introducirla en su coche, donde su chofer está encima del capo del mismo, como un penitente en el salto a la Virgen del Rocío, gritando que la dejen pasar, y cuando ya la intentan introducir en el vehículo, el colmo del infortunio se ciñe una vez más sobre Isabel, su coleta, tantas veces aireada, movida sobre tantos escenarios en gracia de su arte se engancha en el uniforme de un guardia Civil provocándole un gran dolor que queda reflejado en su rostro desencajado. Al fin está dentro del coche y la imagen es más dantesca aún: su cuerpo inmóvil, desmayado, abatido, derrotado está sobre el asiento boca abajo, su ropa revuelta, su ropa interior a la vista, sus gafas y su pasmina perdidas en el tumulto, su abogada intenta subir también al coche, su ropa también revuelta, muy despeinado su cabello, pero algo… no, alguien se lo impide, la propia secretaria de la cantante que histérica se intenta meter en el asiento para socorrer a su jefa, rebuscando en su bolso algo pasa reanimarla. Forcejeo de por medio entre la abogada, la secretaria, los policías, el chofer con los periodistas, y al fin el arrancado del motor atronando el claxon y a abandonan los juzgados. Ni Berlanga ni Wilder en sus noches más inspiradas podrían haber escrito una escena como esta, una vez más amigos, la realidad supera con creces a la calenturienta ficción más inspirada. Y a raíz de este juicio yo me hago una reflexión muy personal: la Pantoja lleva cuarenta años siendo una it girl, y me explico, allá por los setenta, cuando comenzó su carrera como tonadillera era ella de pura cepa folclórica, como debía de ser en la época: de Sevilla, hija de cantaor y bailaora y virgen hasta el matrimonio, como mandaba la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, muy en boga en aquella época, y las costumbres del momento. En pleno éxito se casó, de blanco y en catedral, como Dios manda, en loor de multitudes, con el torero más guapo, al más puro gusto folclórico: una tonadillera y un torero, y se retiró para ser madre y ama de casa, como era de menester, e iba retrasmitiendo su felicidad a golpe de exclusiva; tuvo un niño muy rubio, y fue la madre de España. Pero el torero murió trágicamente en una plaza, y se convirtió en la viuda de España, por arte del pueblo, exclusiva en el Hola de por medio y reaparición en un teatro, reina Sofía incluida, con canciones como “Mi vida era él” y “Marinero de luces”, y como se llevaba en esa época ella tuvo que trabajar para sacar a su hijo adelante. Y ahora, España colmada de juicios anticorrupción, con hasta la familia real implicada, ella también es imputada, sentenciada y condenada por blanqueo de capitales, y yo, así con confianza le diría: “Nena, no sé cómo te las arreglas, pero siempre estás en tos los fregaos”

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